MONASTERIO DE PEDRALBES /// L’últim racó de pau de Barcelona

En aquel lugar donde la ciudad deja de serlo para convertirse en jardín de montaña, después de un arco antiguo que nos indica el acceso a inhóspitos lugares marcados por la historia, accedemos al recinto monástico de Pedralbes, donde dicen que vivieron reinas y abadesas, y que constituye hoy día uno de los lugares más mágicos de la capital catalana. Rodeado de vergeles, las monjitas clarisas aguardan al visitante y turista, que los días soleados se atreve a subir hasta allí arriba, más allá de la Cruz de Pedralbes. Uno podría pensar que, en este entorno de fincas lujosas, donde tiene su sede el Club de Tennis Barcelona o la prestigiosa escuela de negocios Esade, en estas calles que pocos pisan -porque todos van en Porsche Cayenne – y que culmina en la famosísima Avenida Pearson de mansiones y palacetes, las monjas son las que viven peor.

Pero no es así. Cuando uno accede al Monasterio se le despierta esa extraña sensación de envidia sana que dan las monjas de clausura en ciertas ocasiones, dedicadas al noble arte de las galletas milenarias y los polvorones, a los quehaceres de mantenimiento de un cenobio tan antiguo, y al rezo a las alturas en paz y recogimiento. Quien no quisiera deambular sin prisas ni pensamientos por su claustro, al menos por unos días al año!

Inaugurado el 3 de mayo de 1327, el monasterio está por cumplir casi los 700 años. Las piedras de los anchos muros aún recuerdan los redobles de timbales en la entrada de  Jaime II y de la Reina Elisenda de Moncada al monasterio, los que fueran sus primeros valedores. Ella, Elisenda, uno de los personajes más recordados del Medievo catalán, se recluyó en el palacio adjunto al Monasterio en enviudar, casi cuarenta años que sobrevivió a su marido, y dicen las crónicas del poder que desde su privilegiada atalaya guiaba los designios del país, a favor o en contra de sus hijos, nietos y demás familiares, siempre en permanente conspiración. Desde lo alto del campanario de la iglesia, un torreón gótico magnífico de piedra clara que recuerda a los de la Catedral o de la Iglesia del Pino, Elisenda podía divisar todo el llamado antiguamente «Desierto de Sarriá», sus huertos y campos, las aldeas vecinas y lejanas, y la muralla y magna ciudad de Barcelona, allá a lo lejos, tocando al mar.

Los días soleados son los que luce mejor el Monasterio, y los que las clarisas se apresuran esperando aquellos barceloneses que subirán a misa o a pasear por el claustro. La piedra sobre la que retumban los ecos del pasado es de un color luminoso, quizás porque en su construcción, además de piedra de Montjuïc, se usara piedra local. Y los aficionados al catalán antiguo recordarán que Pedralbes no significa otra cosa que «Pedres albes», o lo que es lo mismo «Piedras blancas», por los sedimentos que existen en ese paraje. Cuando uno entra a la iglesia, oscura y silenciosa, y puede ver la tumba de Elisenda de Moncada, agradece que esos muros sigan en pie, después de tantos siglos de guerras y conquistas. A su lado, pinturas de Ferrer Bassa o de Jaume Huguet, maestros del arte gótico catalán, que nos hablan de la riqueza de aquellos tiempos pasados. No en vano su principal impulsora fue la reina Elisenda, y con ella la fortuna de los Reyes de la Corona de Aragón, y también de la familia Moncada, una de las mayores de su tiempo.

Los días previos a Santa Eulalia, en el mes de febrero, el Alcalde de la ciudad y sus concejales suben a ver a la Madre Superiora del monasterio de Pedralbes, que los recibe con venerable amistad y generosa devoción. Sabe que le traen huevos. Siempre el mismo ritual. Huevos blancos y relucientes procedentes de las mejores granjas que entregan a las monjas clarisas para que Santa Clara disipe las nubes. Es tradición y leyenda que si se quiere que el sol reluzca en un acontecimiento importante, deben llevársele huevos a las clarisas, para que Santa Clara interceda, y no llueva. Es por ello que, previendo las fiestas mayores de la ciudad, el Consistorio guarda la tradición centenaria de subir al cenobio y depositar esos huevos. E igual que el alcalde, miles y miles de parejas que rezan y llevan huevos a Pedralbes, para que el día en que se den el «Si, quiero», sea el más reluciente de sus vidas. Santa Clara tiene tanto trabajo que hay veces que no puede controlar que escape algún nubarrón a sus deseos.

Pero el sol siempre reluce en Pedralbes. Suban, déjense llevar por el olor de los árboles y arbustos que rodean la iglesia, deslicen sus pasos por las losas gastadas del claustro por donde Elisenda paseaba hace centurias. Lo que verán es lo mismo que vio ella: la paz y la harmonía vestidas de piedra.